Jacarandas
Publicado 06 Abr 2011Por Ángeles González Gamio*
Esta ciudad de clima maravilloso que todo el año conserva verdor, en esta época se viste de colores con la flora exuberante de muchas especies. Dos en particular me seducen: las magnolias con sus enormes flores aperladas y las jacarandas, que deslumbran con sus racimos de pequeñas florecillas liláceas en forma de campana. Estas dejan una cautivante alfombra de pétalos a su alrededor, haciendo doble el placer de admirarlas.
En esta temporada siempre nos preguntamos por qué en las frecuentes reforestaciones que hacen los gobiernos en los camellones y parques no siembran jacarandas. Podría ser uno de los símbolos de la ciudad, así como los japoneses presumen sus cerezos en flor igual que los habitantes de la ciudad de Washington, D.C. ¿Sabe que las agencias de viajes organizan “tours” para visitar esos lugares, en las dos breves semanas que dura la floración?.
Un libro notable de la bióloga Lorena Martínez González, “Árboles y áreas verdes urbanas” que publica entre otros, el Parque Ecológico Xochitla, del que hablaremos extensamente en otra ocasión, brinda información interesantísima sobre las jacarandas.
Es nativa de regiones secas de Sudamérica, es de crecimiento rápido en sus primeros años de desarrollo. Mide de 6 a 10 metros de altura y vive entre 40 y 50 años.
Posiblemente no se ha percatado, pero da un fruto que es una especie de concha con bordes ondulantes, en tonos café y crema. Tan bonito que ya seco se usa para decoración. Otra de sus cualidades es que es muy resistente a las plagas, a la contaminación, requiere poca agua y no necesita fertilización. De hecho la mejor floración se da en suelos pobres. Y ahí no acaban sus gracias: la madera es muy apreciada para la fabricación de muebles por sus tonos crema y rosados. Las hojas secas son usadas en la fabricación de un ungüento que sirve para sanar heridas. La infusión de la corteza es muy buena para lavar ulceras, y juntas, hojas y corteza, ayudan en el tratamiento de la sífilis y la gonorrea. ¿se puede pedir más?
El amor por los árboles no cabe duda que nos viene de nuestra herencia prehispánica. Entre los aztecas el árbol fue considerado un ser animado de carácter sagrado, representó la vida, el tiempo y la eternidad, con sus ritmos estacionarios y su regeneración. Son innumerables las referencias en códices e inscripciones.
Las crónicas españolas mencionan con admiración la rica vegetación que cubría México-Tenochtitlan y sus alrededores. Entre los árboles más venerados se encontraba el ahuehuetl, en náhuatl “viejo del agua”. El ahuejote, esbelto árbol que echa raíces en el fondo del agua, lo que permitió edificar las chinampas, que aun podemos ver en Xochimilco y que fue la base del desarrollo de la metrópoli azteca, y el oyamel, que había sido mandado como “un don de los dioses” para proteger las montañas y los manantiales.
El libro es un verdadero tesoro para todos los que aman los árboles y desde luego esencial para toda autoridad que tenga responsabilidad en el asunto, desde el gobernante hasta los jardineros. No cabe duda que el tema es fundamental, ya que además del placer que brinda ver árboles, colaboran a purificar el aire, particularmente en la ciudad de México. Dado el problema enorme que tiene de hundimiento por la excesiva extracción de los mantos freáticos, la ayuda que brindan estos hermosos seres es invaluable.
Para el indispensable refrigerio vamos a un lugar en donde veamos árboles.
El agasajo visual de la temporada en nuestra ciudad.
Hagamos un registro grafico de las bellas jacarandas que tenemos en las Lomas y en toda la ciudad. Uno de los Bienes Comunes, remanso de placer visual
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